martes, 14 de junio de 2011

Sueña que sueña la estrella.

Sueña con su calavera y viene un perro y se la lleva.


Siempre en estado de espera.








sábado, 11 de junio de 2011

Lobito aprende a ser malo.

                                                                   Soy una aburrida. 

Alguien muy especial me regaló un libro de Bukowski a los 14 años. Creo que me veía como una especie de niña perdida: acababa de entrar en un instituto nuevo y me juntaba con niñas calorras, Alicia y Maca, a las que quería mucho. Sin embargo ella salían, se enrollaban con chicos y fumaban. Parece que el remedio contra aquel miedo (el de convertirme en una fumeta pasota y cutre) pasaba por leer a Bukowski. Así fue. Me encerré en mi cuarto, me leí todos los libros de Bukowski, Kerouac, Burroughs, Ginsberg, Céline, Baudelaire y Roger Wolfe que pude y hasta los 16 no hice otra cosa. Bukowski fue mi iniciador. Mi protector. Mi mayor y mejor influencia y amante. Gracias a él empecé a devorar libros de verdad. Todos los días, a todas horas. Cambié de amigos, conocí a Sara, a Bea, a Javi. Me hice medio punk. Llevaba chapitas y escuchaba Rancid y Eskorbuto. Empecé a escribir.

Busca una boca que sepa a semen y tabaco, y bésala

Me obsesiona La Malafelicidad. Busco autores y citas. A modo de IS en su blog, he seleccionado algunas. Busco saciar las ansias de estar triste y ser feliz. O de ser triste y estar feliz. Ya no lo sé.

Allí arriba me sentía en un estado que podría llamarse de malafelicidad. Exigía la soledad, era un estado de ebrio y tranquilo egoísmo, una venganza feliz. Me parecía que esa ebriedad era una iniciación y el malestar de la felicidad se debía a un aprendizaje mágico, a un rito.
Fleur Jaeggy

y fue una eternidad decapitada en un instante
porque una puerta improcedente que se abrió
nubló nuestra felicidad
Ramón Irigoyen

Las cosas no marchan bien. Tengo la impresión de que todo en mí y alrededor se desorganiza con demasiada facilidad. Si bien es cierto que debería ser más fuerte y no dejarme arrastrar por la locura del entorno, también es cierto que estoy acostumbrado a entornos más controlados por mí. No sé independizarme del entorno, por mucho que se hable de mi ‘torre de marfil’. Estoy demasiado atento a las cosas que suceden. Por ejemplo, no puedo tranquilamente acostarme, cerrar los ojos y dormir, si sé que el resto de la gente de la casa está despierto.
Mario Levrero